Ha llovido bastante durante la
noche, y las temperaturas han bajado considerablemente. De todas formas, la
previsión meteorológica no es del todo mala, así que antes de que salga el Sol
ya me encuentro camino de uno de mis escondites preferidos. Nada más llegar
empiezan a aparecer Corzos salvajes en pequeños grupos, de hecho me topo de frente con un grupo de tres que parecen fantasmas salidos de entre la niebla. Después, una pareja cruza el campo
a toda velocidad. Más tarde, un grupo de 4 se quedan parados en medio, como sin saber hacia donde ir. Se
escuchan disparos de cazadores a no mucha distancia, así que además de vigilar
a los animales, escudriño el horizonte por si veo aparecer a algún hombre
armado. No me gustaría nada convertirme en un objetivo. Creo que es lo mismo que están pensando los corzos.
El viento arrecia por momentos y
hay algo de niebla espesa y húmeda sobre el campo. Siento frío pese a llevar ropa de
invierno y utilizar mi shemagh caqui y negro como manta sobre las piernas. Me aporta algo de camuflaje extra aparte de un poco más de calor. Aparece una nueva
pareja de corzos. Una de las hembras parece detectar mi presencia, y comienza a
saltar graciosamente como para avisar al resto. Así voy pasando los minutos,
las horas… grabando a pulso, sin trípode, para poder compartir estos
momentos contigo. La niebla, el viento, la distancia y mi modesta cámara
impiden que la calidad de las tomas de vídeo sea la que me gustaría.
Dos horas después decido moverme
y busco algún sitio más resguardado donde montar mi campamento de invierno y
preparar un café caliente para recuperar el calor corporal. Camino
relajadamente por el Bosque. El Sol ya remonta las copas de los pinos y robles y, por momentos, una
increíble luz multicolor me rodea. Y encuentro el lugar perfecto.
Instalo el Tipi en unos minutos.
Solo necesito la lona, unas piquetas y un bastón de trekking para montar mi refugio de invierno. Aquí tengo previsto pasar las noches los próximos meses, incluso en entornos nevados. Ya te iré contando cómo resulta... Monto el pequeño
hornillo que me acompaña en estas ocasiones y caliento algo de agua para
preparar un café con leche instantáneo. Desde dentro del refugio, ahora bien
resguardado del aire, saboreo el calor de la bebida humeante que me reconforta por
dentro, y me dejo llevar por el bosque que me rodea mientras las ramas se mecen
en el viento.
Un buen rato después desmonto el
campamento en pocos minutos, sin dejar ningún rastro de mi presencia, lo meto todo en la mochila y emprendo el
camino de regreso… pensando ya en la próxima salida. En realidad, siento que mi
hogar está más aquí, en los Bosques, que en la tumultuosa ciudad de cemento y asfalto
a la que me dirijo.
